366.- Mi adiós a las mariposas
Puse mi voz en sus manos
y mi mirada, también;
fluía una melodía
que me erizaba la piel.
La niña que las dirige,
con manos de mariposa,
iba marcando el compás
con la sonrisa en la boca.
Mis compañeros de coro,
repartiéndose las voces,
buscaban las mariposas
para entonar con acorde.
Una explosión de armonía,
de belleza musical
y alegría personal,
inundaba el local.
Y así, en todos los ensayos,
en todas las actuaciones,
en todas las temporadas
y en todas las ocasiones.
Durante más de diez años
perseguí las mariposas,
que siguen marcando el ritmo,
aunque yo esté en otras cosas.
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